ESTUDIOS DE LO TOLTECA
TOLTECÁYOTL – TOLTEQUIDAD
La Toltequidad
En los últimos años se ha puesto de moda la filosofía tolteca. Han surgido numerosos grupos de práctica del “camino del guerrero” y se han publicado diversas obras que pretenden recoger, explicar y adaptar los conocimientos de los sabios del México antiguo. No obstante, aún subsiste mucha confusión sobre este asunto, quedando sin responder las preguntas: ¿quiénes eran los toltecas y en qué consiste la Toltequidad?
En 1941 ocurrió un suceso desafortunado para la cultura de México. Un grupo de arqueólogos reunidos para analizar el enigma de los olmecas, llegó a la conclusión de que los toltecas fueron los moradores de la ciudad de Tula, una de las capitales de Anawak entre los siglos 9 y 11 de la era cristiana. Los arqueólogos no tuvieron en cuenta que, según los sabios nativos entrevistados por los cronistas españoles, la Toltequidad no era privativa de un grupo étnico, sino una herencia compartida por todos los mexicanos. Tampoco consideraron que la ciudad que hoy llamamos Tula, en tiempos antiguos tenía el nombre de Xicocotitla, y que el término náhuatl Tula o Tollan es un título aplicable a cualquier capital.
En la actualidad ese error se ha superado, principalmente gracias a la obra de cuatro investigadores:
– El antropólogo Miguel León-Portilla, quien rescató el concepto nawatl de Toltekayotl o toltequidad,
demostrando que fue el nombre que los mesoamericanos dieron a su producción cultural y espiritual como un todo.
– La arqueóloga Laurette Sejourné, quien demostró que la Tula de los mitos es la gran ciudad de Teotihuacan, desarrollada entre los siglos 3 a. C. al 8 d. C., y que todas las personas que adoptaban el culto de la Serpiente Emplumada eran toltecas.
– El historiador Enrique Florescano, quien ha aportado numerosas pruebas a favor de la tesis anterior, demostrando que Tula Teotihuacan no fue una capital étnica, sino una ciudad cosmopolita que funcionaba a modo de embajada común, ya que en ella estaban representados los principales pueblos de Mesoamérica.
– El antropólogo Carlos Castaneda, quien llama “toltecas” a sus informantes indígenas (pertenecientes a diversas etnias de México) y aclara que, para ellos, ser tolteca es una categoría del conocimiento chamánico.
La Toltequidad caracteriza al México antiguo; es su religión, su praxis, la esencia de su ser. Todos los pueblos de Anawak – olmecas, mayas, mexicas, zapotecas, mixtecas, totonacas, huicholes – acogieron las enseñanzas de los sabios toltecas.
Pero podemos dar un paso más allá, definiendo la Toltequidad como el legado común de todas las naciones cultas de la América nativa. Cualquiera que visite Bolivia, Ecuador o Perú, notará las extraordinarias similitudes que existen entre las civilizaciones de Anawak y el Tawantisuyu. La Toltequidad es tan mexicana como andina. Reconocer esa base común es clave para recobrar nuestra
identidad profunda como americanos, a fin de presentar un rostro verdadero y un corazón unido frente al desafío del porvenir.
Fundamentos de la Toltequidad
En su versión mexicana, la Toltequidad consistía en un conjunto de ideas que explicaban la existencia del Universo, la vida y la conciencia. Las principales eran las siguientes:
El Universo se llamaba Semanawak: unidad circundante o unión de lo diverso. Se consideraba que el mundo físico era reflejo de otro mundo, invisible y de carácter energético. Dicha totalidad se dividía en planos de manifestación, que también se podían entender como estados de conciencia. Había cinco planos infernales o subconscientes, y siete celestiales o supraconscientes, los cuales confluían en esta tierra, el sitio donde tenemos el privilegio de morar.
La energía recibía el nombre de Teotl, divino, ya que su naturaleza trascendía el alcance de los sentidos. Los españoles trataron de traducir ese término como dios, pero, para los nativos, Teotl era un calificativo que significaba poderoso, energético.
Una de las creencias más características de los toltecas era que toda energía es polar. Al polo positivo le llamaban Tonalli, evidente, y al negativo Nawalli, oculto; en la actualidad los conocemos como el Tonal y el Nagual. Estos polos no sólo eran formas de explicar el movimiento de la energía, sino también facultades que todos poseemos y que podemos potenciar. Nuestro cuerpo físico con sus instintos, emociones y pensamientos, es nuestro Tonal o ventana particular al mundo, mientras que el campo energético que nos rodea y mantiene vivos es nuestro Nagual, un vehículo potencial de trascendencia.
Los mesoamericanos creían que la energía por sí misma es consciente; por lo tanto, el Universo como un todo se da cuenta, tiene una intención. La conciencia cósmica recibía el nombre de Centeotl, unidad divina, un término que también significa divina semilla, ya que este ser da origen a todos los demás. No debemos identificar a Centeotl con el dios de los cristianos y los musulmanes; era más bien una entidad abstracta e impersonal, sin preferencias o motivaciones humanas.
A fin de crear el mundo, Centeotl se transforma en Ometeotl. Este título se compone de los términos Om, en unidad, E, tres, y la combinación de ambos, Ome, dos, más el calificativo Teotl; de modo que se traduce divina uni-dual-trinidad. Ometeotl es el creador del espacio-tiempo; se manifiesta como una multitud de “dioses” o espíritus mediadores, que en verdad son personificaciones de las fuerzas de la Naturaleza.
Ometeotl representa la armonización de las polaridades. Es el rector de la evolución. Los toltecas consideraban que toda manifestación requiere de un proceso, y todo proceso es cíclico y gradual. El Universo evoluciona de la oscuridad a la luz, de la materia al espíritu, y para ello, es imprescindible que surja la conciencia individual. Tal como relata el Popol Vuh (la Biblia de los mayas), los dioses en busca de identidad crearon diversos mundos y dijeron:
“No habrá gloria en nuestra obra hasta que surja el ser humano, la criatura racional”.
Esa chispa de conciencia focalizada en nuestra mente y corazón recibió el nombre de Quetzalcoatl, serpiente emplumada. Quetzalcoatl es la personificación de nuestro potencial de conciencia. Su nombre lo describe: la serpiente representa al cuerpo físico con sus limitaciones, y las plumas a la conciencia, con su aspiración a lo supremo. La Serpiente Emplumada es, pues, una metáfora del proceso de ascensión del alma.
En otra lectura, Quetzalcoatl era el nombre que daban los toltecas a sus profetas, considerados como personas que llegaron a un estado de auto-realización. Se conserva la memoria de varios de estos personajes, siendo el más conocido de ellos el príncipe Ce Acatl de Tula, quien vivió entre los años 947 y 999 de la era cristiana y dejó una brillante herencia espiritual.
En aquella sociedad, cuando el niño nacía, el sacerdote que lo recibía le daba a conocer el propósito para el cual hemos venido a esta tierra, que es acrecentar el brillo de la conciencia. Luego lo bautizaba, pasando sobre su cabeza fuego y agua, le imponía un nombre calendárico y con ello el pequeño quedaba transformado en un Masewalli o Macehual, merecido por el sacrificio de la Serpiente Emplumada. Si el niño honraba ese título con una vida productiva y noble, se le llegaba considerar propiamente como un Tolteca o buscador de perfección interna.
A fin de guiar al pueblo, aquellos sabios registraron las experiencias acumuladas durante generaciones en códices, murales y relieves. Poco antes de la era cristiana, el anciano Weman recogió dicha tradición en un libro al que llamó Teomoshtli, libro sagrado. La última copia conocida de ese texto se perdió en el año de 1746, pero se conserva gran parte de su contenido, que sólo espera ser traducido.